Solía decirse que el tercer álbum de una banda era el de la consolidación, el que confirmaba (o no) todo lo bueno insinuado en su obra previa y proyectaba al artista hacia la consagración. Un Baión para el ojo idiota, disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota publicado hace hoy exactamente treinta y tres años, cumplía aquella premisa.
En el otoño de 1988 en la Argentina se apagaba el calor de la primavera alfonsinista y el viento de cola del retorno democrático comenzaba a extinguirse. El país planeaba, o acaso caía en picada, hacia la hiperinflación, el estallido social y el menemismo. Se acababa el papel picado y había que cuidar un estado de ánimo herido. En ese contexto, llegaba a la calle el sucesor de Oktubre, segundo disco del grupo. Contexto que de alguna manera logró colarse en la lírica del Indio Solari.
Con un cambio de formación (afuera Piojo Ábalos, Willy Crook y Tito Fargo, adentro Sergio Dawi y Walter Sidotti) que termina de configurar la alineación definitiva de los Redondos, el grupo se despoja para siempre del ropaje de cofradía teatral de sus inicios y empieza a perfilar el salto a la masividad. Una mutación estilística, del post punk a un corte más rockero. Siempre con la batuta artística en manos de Solari y Skay Beilinson, el disco logra leer el espíritu de época, entregando canciones que se convierten en himnos para los desangelados casi inmediatamente. Después de un Baión para el ojo idiota ya no habrá retorno para Patricio Rey.
Por Fernando Cárdenas