La primera ópera estrenada en Buenos Aires fue El barbero de Sevilla, en 1825. Dos años más tarde, fue el turno de Don Giovanni de Mozart. Después, esporádicamente, llegaron otras representaciones de óperas, casi todas, de Rossini. En las décadas de 1840 y 1850 predominaron las obras de Donizetti y Bellini. Entre ellas, ya en los años ’50, comienzan a aparecer algunos títulos de Verdi. En esa misma época, se verifica el arribo de repertorio francés a través de compañías de ese país. Meyerbeer, Halévy y Auber se convierten en nombres familiares. Además, en Buenos Aires, desde hacía varias décadas, se montaban también zarzuelas. El panorama se amplió aún más cuando, en 1861, una compañía francesa introduce el género de la opereta. Esta afirmación del género lírico llevó a concretar un viejo anhelo, el de erigir un gran teatro de ópera, dotado de una infraestructura más adecuada de la que ofrecían, hasta entonces, los teatros de la Victoria y el Coliseo. La inauguración tuvo lugar el 25 de abril de 1857. Ese día, con una puesta de La traviata, en la manzana que ahora ocupa el Banco Nación, enfrente de la Plaza de Mayo, abrió sus puertas el antiguo Teatro Colón.
Buenos Aires necesitó un teatro de ópera