En los últimos tiempos se ha comenzado a observar una mayor cantidad de efectivos y móviles policiales en las calles de San Rafael. Se advierten en el centro y, fundamentalmente, en barrios de la periferia. Como una consecuencia natural de la vigilancia, da la sensación que han descendido los ilícitos. Si es mucho o poco, lo dirán las estadísticas. No todo se denuncia pero ese es un porcentaje similar al de la medición anterior.
Hasta hace poco tiempo, los llamados barrios populares o tradicionales, eran tierra de nadie o, mejor dicho, de delincuentes y adictos, en su mayoría jóvenes. Pasaron a ser comunes las fiestas en las noches de cualquier día de la semana y la música a insoportables decibles sonando hasta despuntar el sol. No pocas terminaban con balaceras por el negocio del narcomenudeo. Los Dealer (casi niños, inimputables) suministraban a plena luz del día. Era frecuente advertir autos novísimos, y hasta de alta gama, con ocupantes esperando en la mitad de las cuadras.
Otra postal: muchachos (y muchachas) yendo y viniendo; fichando autos estacionados, el movimiento de los ocupantes de las viviendas, los sistemas de seguridad que tenían las mismas y hasta marcándolas para robar ellos o ladrones de otros lugares. Ilícito Intercambio barrial. Coordinación delictiva a full.
A cualquier hora del día, intentos que prosperaban, o no, de acuerdo a la resistencia de los materiales con que estaban hechos rejas, portones y ventanas. Siempre destrozos.
Las plazas convertidas en Shopping de Primera Mano; sí, de primera mano porque, luego de robar, hacían correr la voz y los damnificados tenían que ir a pagar para recuperar lo que les habían sustraído.
Detrás, la seguridad. Bastante rezagada y sin dar señales claras de querer intervenir. Al respecto, tal vez el ciudadano común tenga un pensamiento simplista (o no) pero entiende que la presencia en los lugares donde conviven los malvivientes ahuyenta o, al menos, desalienta. Y apela a la figura de “Si se combate la madriguera, las ratas se van”. ¿Dónde? Si es positiva la inteligencia y los operativos son efectivos, los lugares cada vez serán menos y, consecuentemente, más fáciles de identificar.
Inequívocamente el panorama es distinto. Y alentador. San Rafael debe volver a ser un lugar seguro. Depende de las fuerzas policiales y de nosotros. Es necesario denunciar lo incorrecto. Hay formas de hacerlo que aseguran el anonimato. Debemos perder el miedo a posibles represalias y recuperar totalmente los espacios cedidos. Las calles (y sus esquinas) son para transitarlas sin temor a la hora en cada uno deba hacerlo. Las plazas para que jueguen nuestros niños seguidos por la atenta mirada de los mayores, pero libremente.
Defendamos lo que estamos recobrando. Y, aunque la precaución perdure, vayamos despojándonos, de la asfixiante aprensión a que nos sometió el mal entendido sentido de la igualdad.
¡Ah! Que los compradores anónimos (o no tanto) del Mercado Negro-Negro dejen de comprar robado. Si no hay demanda decaerá la oferta.
Por Roberto A. Bravo