La palabra cantata nos remite, casi inevitablemente, al mundo de las obras religiosas para solistas, coro y orquesta. Después de todo, los maravillosos ejemplos que Bach nos legó no hacen sino conducir nuestras certezas en esa dirección. Sin embargo, mucho antes de que las cantatas se establecieran como parte mágica y esencial del servicio dominical en las iglesias luteranas, el término cantata comenzó a utilizarse muy inespecíficamente, hacia 1600, en los aristocráticos salones italianos para referirse a diferentes modalidades de canto solista con acompañamiento instrumental. Después de aquellos escarceos iniciales, hacia 1670, la cantata se estableció, definitivamente, como una obra para cantante solista y bajo continuo, sobre un texto poético o narrativo, siempre en italiano. El más notable creador de aquellas cantatas fue Alessandro Scarlatti, un músico napolitano que, además de ser el padre de Domenico y el más célebre operista de su tiempo, escribió más de 600 cantatas.
Alessandro Scarlatti