Rusia, 2018.
Día 16.
Parado en el puente sobre el río Neva, de frente al palacio de invierno y al museo del Hermitage, me inclino como un japonés. Saludo, agradezco y me entrego a San Petersburgo. Lloviznea. La luz gris resalta los toques dorados de algunas columnas, de las cúpulas redondas, encebolladas. A mi alrededor se apagan las últimas voces. Solo somos la ciudad y yo. Ella decide. Nunca antes, en ningún otro lugar del mundo, me había pasado esto de sentir que una ciudad puede ser y estar sin necesidad de depender quien la habite o la visite Es ella la que elige y acepta. Te permite o no entrar, amarla. Siempre di por hecho lo contrario. Que no era posible. Pero acaba de sucederme y quedo a la espera, inclinado como un japonés.
En la ultima hora , cuando ya comienza a cerrarse ¿la noche?, el trazo escarlata de un pincel en el horizonte anuncia ¿el alba ?. Estamos atravesando el periodo de las llamadas "noches blancas". Entre mayo y julio el día es un constante crepúsculo amanecer. Toda rutina horaria deja de tener sentido. El día, eso que llamamos día, se vuelve sutil, inefable. Cada piedra tiene historia, aquí. Cada cimiento, sangre. Cada pared, cuerpos, disparos, estruendo. Cada dolor, grito. Puedo escucharlos. Los "siervos" esclavos de Pedro el Grande. La guerra del catorce. Los discursos revolucionarios de Lenin en esta plaza. El asalto al palacio de invierno. La Segunda Guerra Mundial. Los bombardeos nazis. El sitio de Leningrado.
Y ahí estás. Con tus empastes y arrugas, tan noble. Tan digna y orgullosa en la seda de tus cicatrices. Tan ocre por momentos, tan pastel, tan pálida rosa, tan abierta en el gran canal del Neva, tan callada. Tan bella. ¿Será ese, acaso, el misterio? ¿ El secreto de lo que nos hace amarte? ¿Una determinada luz que resiste a pesar de todo, contra todo?, me pregunto y pienso mientras espero, parado en el puente, inclinado como un extraño japonés de ojos asombrados, tocado, abandonado a ella.
Fueron unos treinta segundos, no más. Los suficientes para preocupar a los transeúntes, mayoría de turistas, que pasaban. Entre ellos, dos argentinos. Vieron la credencial de periodista que llevo siempre colgada al cuello para no olvidarla, y se preocuparon . En otra sintonía, en otro mundo, como estaba , no tendría que haberlos escuchado. Pero uno de ellos , en lenguaje "barra", me dijo, "¿ pasa algo, viejita "? y, viste como es, estás ahí, parado en el puente, meditando, levitando ante una ciudad que te parte, te hace polvo, te deshace a la vez cabeza, corazón y todo sentimiento , cuando viene un gil y te interrumpe, te reconstruye en tu condición animal y te dice "vieja”. Mi reacción fue puro instinto. Inclinado como estaba, como un japonés, alcé el torso en un solo movimiento con tanta energía que me dio un tirón en la espalda . Todavía me duele. Logré disimularlo en el momento y, les dije " vieja, esta" . Se miraron. El que no había hablado, preguntó : " ? llorabas por eso, viejita? “ . Reían, los dos. Ahí comprendí. No querían humillar. Era una forma de hablar, no más. Se dio así. Invite a un café y pintó hablar de fútbol. Estaban asustados. Compartían el sentimiento común a todos los que llegamos hasta aquí. Hay fe. Esperanza. Ilusión. Pero también había todo de eso antes de Islandia y Croacia.
Querían que les contara lo que sabía. Escuchaban, callados serios. Comprendieron enseguida que hablaban con un tipo que no chamuya, que juna de esto. Eran dos "barras" de los buenos. Se ve que estaban en rehabilitación porque contaban los días, las horas y los minutos que llevaban sin pegarle ni apretar a nadie. Catorce días, dieciocho horas y veinticuatro minutos. "Y eso" , me aclaró el más gordo de los dos gordos que "acá te provocan todo el tiempo. Vas por la calle y cantan, andan en camisetas de sus selecciones, te piden de hacer fotos juntos, en la cancha por ahí los tenes al lado y te gritan los goles, hay que bancar eso, eh, pero vamos bien, el tordo dijo que son dos años de aguante, no más, después vemos. Por ahí tenemos una recaída, el otro día reputie a tres, pero ¡ no los toque, eh!"
Casi sin que tuvieran que apurarme, les conté lo que hasta ese momento pocos sabían. Los detalles de la reunión donde se armó el equipo que va a jugar contra Nigeria. Estaban Mascherano, Armani, Biglia, Agüero, Ansaldi, que cebaba mate, Y Caruso Lombardi por skype. Otamendi y Rojo, en representación del resto del plantel, acercaron a los dos rehenes, Willy Caballero y Sampaoli, para que los nuevos responsables sepan lo que les espera si se equivocan. Uno de los "barras", sorprendido, me preguntó, " ¿También se lo voltearon a Sampaoli"? Era una primicia. Podía negarla. Pero se la confirmé porque el gordo me hizo la pregunta y a la vez me retuvo fuerte el brazo. Me quedo un moretón. Todavía me duele.
En efecto, Williy Caballero fue el primer rehén. Lo mantienen a mate. Ansaldi le pone la bombilla directamente en la boca. Sigue atado de pies y manos y se entrena a los saltos. Sampaoli, además de estar sujeto con cuerdas, enrollado como un matambre para que ni siquiera camine, tiene una triple cinta adhesiva ancha en la boca. En la ronda, no le toca mate. Se está deshidratando. Pero dicen que aguanta hasta que se sepa cómo nos va contra Nigeria.
Como acá nunca se sabe si es de día o de noche, en un momento, cuando iba a revelarles al fin la táctica, me debo haber quedado dormido. Acabo de despertar. Ahora son ellos los que duermen, echados sobre la mesa. Espero que se levanten, se laven los dientes y vuelvan. Les adelanto algo a ustedes, lectores del cuaderno , es un cuatro, cuatro, dos. Cuatro en él área chica, cuatro en él área grande y dos ahí, en el semicírculo. De nuestra área, claro. De ahí arranca el contraataque. Cuando acercaba un mate , Ansaldi observó lo que resultaba evidente, "el empate no nos sirve" . Agüero lo bardeo, mal. "Como te dije antes, vos cállate y ceba" Pero en esta selección donde mandan los soviets, está prohibido ignorar o rechazar la opinión de un compañero. "Tiene razón" , dijo Mascherano. "Pongamos a Messi" , aportó Biglia, feliz, como si hubiera hecho un descubrimiento importante que mereciera algún reconocimiento por parte de los demás. " Como te dije antes", dijo Agüero, "ya está puesto, es este ", y señaló un puntito dibujado en la hoja de la servilleta. El silencio se extendió. Era una manta pesada que los cubría y les daba sueño a todos. Hasta que...
Se los cuento más tarde, en cuanto tenga idea de en qué tiempo y en qué día vivo.
Ahora mismo, no sé si desayunar o cenar.
Etiquetas: Carlos Ares