Llegaremos a los 40 años de democracia con los índices de participación electoral más bajo desde 1983. Córdoba tocó este piso en las últimas elecciones municipales. Algo similar ocurrió y sigue ocurriendo en las elecciones provinciales que se realizaron este año y hasta el día de hoy. No se trata de “apatía”, “indiferencia política”. Estas son las palabras fáciles que más circulan a la hora de explicar este fenómeno. Palabras dichas por políticos y asesores políticos tradicionales que padecen el “no voto”. Cometen el error de depositar en la ciudadanía la responsabilidad o buscan ahí las causas cuando debieran mirarse a sí mismos. Roberto Gargarella es un sociólogo y constitucionalista muy conocido y reconocido. Dice que la abstención electoral es una “acción racional”, una acción con racionalidad política. Lejos de “apatía” habla de “desafectación política” por varios motivos y señala que el principal está en la propia Constitución Nacional. La nuestra, dice, nació como un pacto de elites en 1853 y lo mismo pasó cuando fue reformada en 1994. Ésta incluyó el reconocimientos de derechos más que legítimos, derechos de los pueblos originales en el ’94, por ejemplo, pero los nuevos derechos progresista que adquieren rango constitucional son pretextos para justificar reformas que en rigor interesan a lo que Gargarella llama “la sala de máquinas”, que es el lugar estratégico de todos los poderes concentrados. Económicos pero también de políticos profesionales que se constituyeron como “clase”. En la sala de máquinas se escriben los borradores que después serán apenas matizados por los convencionales constituyentes. Los derechos humanos y sociales que se incluyen en las reformas son tan valiosos como accesorios a los intereses de quienes están en la “sala de máquinas”. Por lo tanto son reformas que no incluyen la democracia económica; derechos ciudadanos, plebiscitos, referéndum, revocatoria de mandato, cuando están, son letra muerta en los textos constitucionales. Entonces, la democracia queda reducida al voto. El “voto útil” era y sigue siendo una limitación en el significado democrático del voto. Mi voto (útil) no responde a mis intereses, a mi conciencia, a los valores que quiero para toda la sociedad. Es un voto que –desde la subjetividad del votante- quiere que no gane otro. Pero ya no hay voto “útil” porque todo voto es inútil. Gargarella describe esta situación sin celebrarla y mucho menos alentarla. La idea es más o menos así: si cada vez vota menos gente, quiere decir que para cada vez más gente el voto en sí es inútil. Inútil para mejorar sus condiciones de vida en cualquier aspecto de la vida, no solo el socioeconómico que –obvio- es el más importante. El último libro publicado de Roberto Gargarella se titula El derecho como una conversación entre iguales. Subtítulo: Qué hacer para que las democracias contemporáneas se abran –por fin– al diálogo ciudadano. Cuando dice “conversación entre iguales” y “diálogo ciudadano” dice “no a las Constituciones, reformas, leyes que sean resultado de pactos entre elites políticas y económicas. Algún día volveremos a este libro porque sugiere salidas que pasan por la reforma de la Constitución, pero reforma como “conversación entre iguales” y no las que recurrentemente se proponen desde la política profesional, que son reformas que interesan a loa habitantes de “sala de máquinas”. Entonces, dirigencias políticas y periodismo no debieran mirar hacia abajo y decir “apatía ciudadana” sino citar a Pedro Almodóvar y preguntarse “que he hecho yo para merecer esto”.
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