Oscar “Cholo” Gómez Castañón charló con Emilia Martínez Cayado, de 59 años, tercera generación al frente de "La Flor de Asturias", el almacén fundado en 1916.
Allá por el 1910 Don Facundo Suárez dejó atrás su pequeña aldea en Careses, Asturias, España, y emprendió rumbo hacia el puerto de Buenos Aires. Tenía tan solo diecinueve años y grandes ilusiones en su maleta. “Mi tío abuelo abrió en 1916 esta despensa con venta de comestibles, fiambres y bebidas envasadas. Al lado, estaba el bar llamado Facundo en su honor. Trabajaba muchísimo con los trabajadores del puerto, marineros y tripulantes. Mi padre, José Ramón Martínez Suárez, era carpintero y llegó de España en la década del 50. Como en aquella época había tanto trabajo comenzó a darle una mano en la parte de gastronomía.
El bar no cerraba nunca: tenía horario de corrido durante todo el día. En ese entonces se vendía gran cantidad de bebidas alcohólicas: whisky y vino en damajuana. Y para las fiestas sidra y cajones de cerveza. Era un gran punto de encuentro de la comunidad española. Es que además, ofrecían productos típicos: patas de jamón crudo (siempre tenían más de 30 colgadas), turrón, bacalao, morcilla asturiana y chorizo colorado”, rememora Emilia Martínez Cayado, de 59 años, tercera generación al frente del negocio.
Fue a principios de los 80´ cuando su padre, “Pepe” se hizo cargo del “boliche” y ella con 18 años empezó a colaborar con algunos mandados. “Recién había entrado a la facultad en la licenciatura en química y, por las tardes, venía al local a controlar los faltantes de mercadería y ponerle las etiquetas con los precios. Los fines de semana con mi novio (actual marido) y mi madre Blanca íbamos a buscar productos al mayorista. Me fui quedando y acá estoy”, relata, entre risas, al lado del centenario mostrador. Detrás, se encuentran los estantes de madera repletos de mercadería: yerba, azúcar, arroz, aceite de oliva, leche y variedad de latas con conservas y dulces. También hay gaseosas y cientos de botellas de bebidas.
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