Desde épocas inmemoriales, las personas se entienden hablando. Y escuchando que, cuando hay voluntad de concertar, es tan o más importante que hablar.
Pero la tabla de estos tiempos muestra a las lenguas liderando con absoluta comodidad. Lejos, muy lejos, las orejas. Se advierte en una simple reunión, café o té de por medio: todas las voces al mismo tiempo. Difícil para la comprensión aunque asumido.
Las Redes Sociales han creado un vehículo de comunicación que tiene esos vicios y otros peores. Es como si estar detrás un monitor otorgara impunidad. La presunción se manifiesta en textos y comentarios dónde, salvo excepciones, a las ideas las acompañan groserías e insultos que no serían expuestos en un medio o Face to face. Protagonismo mal entendido, burdo.
Y el magnetismo es cada vez mayor. Casi nadie puede prescindir de la tentación de Estar en las Redes. Reparen ustedes que muchos de nosotros, los comunicadores, somos usuarios. Y también nos equivocamos. Nuestras opiniones jugadas abundan en las redes y escasean en los medios. La falta de estilo, también. Sobre cuál es la razón para actuar de modo diferente, puede haber más de una respuesta, alguna sorprendente.
Ello genera desconfianza. Los medios forman opinión. La gente se identifica, elige y sigue a determinados periodistas. Se apoya en lo que expresan. La ambivalencia confunde, debilita los mensajes.
De todos modos (y por aquello de que no hay mal que por bien no venga) esa realidad pone al desnudo el verdadero pensamiento de cada uno que parece más cercano a la versión redes.
Es ese uno de los motivos por los que radioescuchas, televidentes y redactores piensan antes de consumir. Aquella frase de “¡lo dijo la radio!” (Sinónimo de credibilidad) se diluye en el tiempo.
Comunicación franca se necesita recuperar.
Por Roberto A. Bravo
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