El fin de la dictadura de Juan Carlos Onganía empezó en Córdoba, el 29 de mayo de 1969. La rebelión o insurrección popular tuvo actores sociales nítidos de un lado y del otro. El poder oligárquico instaurado a través de la llamada revolución libertadora actuó con la Policía y el Ejército. Enfrente tuvo a un momento histórico en el cual confluyeron obreros, estudiantes y franjas medias con una conciencia de clase (o “de clases”) y una combatividad temeraria armada con piedras en las calles, bolitas de rulemanes para derrumbar a la caballería policial, electrodomésticos y otros objetos contundentes arrojados desde los balcones de los edificios y hasta francotiradores parapetados y disparando al Ejército desde sus terrazas. La fuerza militar del poder era incomparablemente superior a lo que también podríamos llamar, quizá con comillas “fuerza militar” de las clases populares, para referirnos a los armamentos artesanales con los cuales combatieron. Sin embargo, al general a cargo de la represión, Elidoro Sánchez Lahoz confesó: “me pareció ser jefe de un ejército británico durante las invasiones”. Y a 54 años no obstante esta disparidad de fuerzas seguimos rememorando una de victorias populares mas significativas de la historia argentina.
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