Rusia, 2018
Día uno. Domingo nueve de junio.
Son las 4.25 de la mañana aquí en Moscú. Me acosté después de la una. Cuando desperté, a las tres y diez, ya había amanecido. Olvidamos cerrar las cortinas de tela pesada. El "voile" blanco filtra la luz opaca. Llega cortada a franjas diagonales anchas por nubes más oscuras sobre un fondo celeste clarito, sin sol. Pinta fresco. Me levanté y mire por la ventana. La habitación está en un quinto piso. Desde aquí se ve el estacionamiento y un paisaje seco, frío, impersonal. Sovietico. Podría ser a las afueras de Houston, una ciudad dormitorio de Madrid o la Panamericana, camino a Cardales.
Intenté seguir durmiendo. Es el "jet lag" , me dije. Después de casi veintiocho horas de viaje estaba muy cansado. Pero apenas fue una siesta. José Luis Romero, el relator "caviar" duerme, pero acabo de escucharlo hablar claramente en voz alta. Me doy vuelta para mirarlo. No entendí lo que dijo. Era una frase breve, incoherente. Lo veo dormir. La respiración le raspa la garganta. Sonrío. Cuando le cuente no me va a creer. Para él soy el comentarista "vodka". No está mal. "Vodka y Caviar en Radio Nacional". Suena bien. Tiene onda. Da para programa nocturno.
Apunte esa y algunas otras ideas sobre lo que deberíamos hacer hoy. Al anotarlas me las saco de la cabeza. Pensé que así podría seguir durmiendo. No funcionó.
Escribo en un mini iPad. Le quite el sonido al teclado para no despertar a Romero. El viaje fue agotador. El mundial se notó ya en Ezeiza. Un pibe entró a a la sala de embarque gritando a toda voz el estribillo del himno en versión cancha (" oh,oh,ohoho,ohohohohoh...") . Unos trescientos pasajeros se dieron vuelta para mirarlo. Los tres amigos que lo esperaban cantaron con él y desplegaron una bandera argentina enorme en la que se ve a Maradona entregarle la copa del mundo a Messi. Les tome una foto y filme un vídeo de la bandera. Tenían entradas para un partido de Argentina. "Después vemos si conseguimos más allá “, dijeron. Pienso en ellos ahora y en lo que fue el clima de mundial en Brasil. Esto es otra cosa. Inútil preguntar "Rusia decime que se siente". Las caras son amables pero no hay idioma ni contacto posible. Solo señas y sonrisas. ¿Qué se siente? Por ahora nada.
El vuelo en Alitalia hasta Roma fue sereno y en horario. Pero durante las primeras ¡cuatro horas! asistí como oyente a una escena surrealista. Tenía el asiento 29 D, pasillo. A mi alrededor, un grupo numeroso de San Juan que iban en peregrinación a tierra santa y, de regreso, al Vaticano para participar de una audiencia general con el Papa. Mi vecino de asiento me contó que pagaron el viaje en cuotas. Llevaban al cura. Pero lo extraordinario sucedía al otro lado del pasillo. Un tipo alto, grandote, de unos cuarenta y cinco años, estaba sentado en el medio de una fila de tres asientos. Parecido a Néstor Pitrola, el dirigente del Polo Obrero. A la derecha, en el asiento de la ventanilla, la que debía ser su esposa. A su izquierda, asiento del pasillo, una mujer grande. Sesenta y cinco, setenta años.
Pues bien. Escuchen esto. El tipo le explicó (¡cuatro horas sin pausa!) los conflictos de intereses entre las grandes potencias, las guerras mundiales, el origen de los problemas económicos y políticos de la Argentina desde las invasiones inglesas, nombró a Beresford, a Liniers, a Castelli, a Rivadavia, unitarios, federales, Jauretche, Perón, Néstor y Cristina Kirchner, denigró a Alfonsin, a Menem y desarrollo una teoría religiosa de porque la clase media quiere ser rica y por eso vota a Macri, a quien considera el " representante del demonio". Por contraste, dijo que la " asignación universal por hijo" había sido “ obra del Espíritu Santo”.
En el medio de su exaltado discurso, que podía oírse dos metros adelante, al costado y atrás, a modo de ejemplo comparativo con " otras culturas" contó que " una vez en España” viajaba en un auto alquilado y lo paró la policía por una infracción de tránsito. Entregó su registro internacional, " el que te dan en el Automóvil club" y, en el medio, puso un billete. El policía le dijo " no señor, esto aquí no se hace".
Necesitaba un testigo. Le pedí a Romero que se acercara a escuchar. El relator "caviar" dijo, en cordobés, "de verdad que es increíble, ¿les sirvieron fernet acá adelante?" . Podría seguir, pero termino con esta imagen. La pobre señora mayor, que solo asentía, cuando pasaba una azafata en perfecto italiano pedía otra copa de "vino rosso" . Se tomó cuatro vasos llenos . Cuando la cabeza de ella cayó hacia atrás como si le hubieran dado un golpe de nocaut en la mandíbula , el tipo encendió la pantalla y se puso a jugar al golfito.
Trece horas de vuelo a Roma, cuatro más de espera en la escala, otras cuatro de vuelo a Moscú, otras cuatro en el aeropuerto hasta que nos encontramos con el resto de los viajeros del equipo para compartir la combi de traslado al hotel. La chica de la recepción habla "un poquito de ingles". Se equivoca y nos manda a una habitación ya ocupada.
Bajamos. Sonreímos. No hay problema. Esperamos. Ahora, si. Habitación 515. Ducha caliente. ¿Dónde se puede comer algo? Autopistas. Frío. Desamparo. Hay un shopping allá. Se ven las luces. Arriba hay un buen restaurante. Música electrónica. Fuerte. Se puede elegir por las fotos del menú . Sopa. Pizza. Cerveza. Buena cocina. No es caro. Noche, frío. Autopista. Regreso. Por fin una cama. ¡Cómo vamos a dormir hoy! .
Me levanto. Escribo. Fin del día uno.
Etiquetas: Carlos Ares, mundial, Rusia 2018