Rusia, 2018.
Día dos.
Me enteré esta mañana. Dolce y Gabanna van a parar a otra vidriera. Son figuras compartidas con una cadena internacional de tv y se alojan en un hotel de más estrellas. Una pena. Contábamos con ellos para ostentar famosos en el equipo cuando andamos por ahí. Ellos podían hacer que algún hincha argentino se acercara a pedirnos una selfie o autógrafos. Con los dos, más Versace, hacíamos la diferencia. Pero sólo los vamos a tener en las transmisiones de los partidos de Argentina para la tv pública o paseando por el centro de prensa.
Dolce es bajito. Sabe de fútbol. Se nota que jugó. Gabanna es más alto. Andan siempre juntos. La primera y única vez que los vi se me ocurrió que eran dos modelos de esa marca. El apodo cayó bien en la intimidad, como el de “vodka y caviar" para Romero y para mi, y quedó escrito en el diario de viaje. A Versace, otro ex jugador, lo reconocí después como tal, cuando le escuché contar anécdotas. Las adornaba con ese estilo “versero” y "cutre" de la marca italiana. Perdón. "Cutre" es un término de uso popular en España. Se refiere a "algo grasa".
A propósito de apodos, hoy en el desayuno uno del equipo técnico de la tv pública me pregunto. qué clase de "caviar " sería José Luis Romero, el relator que transmitirá por Radio Nacional para todo el país. Es que acá hay mucha diferencia de precio en el supermercado, a dos pasos del hotel. El rojo, fresco o en lata, es más barato. El negro viene en frascos chiquitos, a precio de gramo como si fuera merca exclusiva . " Es caviar negro, culiao", "más cordobés que la mona Jimenez" contesté, dando por hecho que cualquiera que lo ha visto y escuchado a Romero no puede tener dudas de su origen.
Al parecer la relación de las palabras no quedo muy elegante. Durante el día escuché que algún miembro del numeroso equipo lo llamaba así, "dale caviar culiao", como si fuera una nueva variedad.
Día intenso. Primera visita al centro de prensa, llamado IBC en la jerga nuestra por sus siglas (Internacional Broadcasting Center). Queda muy cerca del hotel. En lo que parece parece haber sido una mega playa desierta de estacionamiento entre autopistas y shoppings, tomada por asalto para levantar salones de servicio en unos inmensos, espaciosos, interminables pabellones que se continúan y suceden en otros similares. Subdivididos todos por altas paredes de durlock que forman enormes cuartos donde se instalan con sus equipos y pantallas los centros de control de cadenas de televisión y radio de todo el mundo. Las puertas de ingreso a cada estudio están identificadas con los nombres. Ahí estamos, al fondo, atrás, entre Directv y TyC.
Llegamos temprano y pudimos hacer rápidamente el trámite de acreditación. Con ese tarjetón colgado del cuello tenemos libre acceso a casi todo. Previo paso, siempre, por los escáneres y controles de seguridad que son muy estrictos y muy rusos. Nada que decir, nada que hablar, nada que preguntar. Solo obedecer. Más tarde, en las estaciones de subte y en las calles vi circular grupos de soldados con ropa de fajina camuflada con manchas en azul y celeste, chalecos salvavidas y armas largas como si hubieran llegado recién de Afganistán. Pero afeitados y limpios, sin tierra de ninguna guerra en el uniforme.
A la acreditación añadieron una tarjeta de cartón, una "Sube" magnética que da libre acceso al transporte público hasta el 25 de julio. Salí horrible en la foto de semejante cartelón . Es mi cruz. Me tengo que llevar todo el tiempo así, colgado del cuello, para recordarme que no voy a resucitar más. Es lo que tienen las fotografías. Muestran lo que se ve tal como es. Mi nombre y apellido en ruso se se escribe " Kapnoc" (Carlos) "Apec" (Ares).
Muy agradecidos, nos mandamos al subte gratis para aprovechar la generosidad rusa que nos permite ahorrar gastos en transporte y estirar el escaso viatico. El hotel incluye un desayuno ruso. Salchichas, queso, fiambre, unos panqueques que parecen posavasos, miel, huevos duros, porotos en salsa,café instantáneo en sobre, como si fuera té y cuadraditos de azúcar. Una delicia . No usan edulcorante. Tampoco hay en la mayoría de los bares. Ahora, gracias al ahorro, vamos a poder gastar algo más en la cena. Tal vez en un plato de entrada. ¿O postre? Hay que elegir.
La recorrida en subte sin salir de la línea azul desde la estación cercana al hotel hasta la Plaza Roja fue un verdadero "viaje" . Por el arte, por el tiempo. Pueden googlear y ver fotos o vídeos. Escribir, describir, sería retórico de mi parte. Elegí callar y mirar. Tome algunas fotografías. Pocas. Confié en el talento del "vasco" Urtasun, operador técnico de la radio y gran compañero de viaje. Peló una cámara Cannon y encañonó todo lo que valía la pena. Recién me hizo llegar algunas copias y subió otras a la web de la radio. Son muy buenas las fotos, salvo en las que estoy yo. Le pedí que las borre, pero se ríe y las distribuye. Me goza, mal.
Mis apuntes de ese “trip” son imágenes que registre al paso, sin tomar nota. 1) las estaciones de subte de nombres incomprensibles. Todas deslumbrantes. Todas diferentes. Las más cercanas al centro recuerdan la época soviética con esculturas dedicadas a exponentes del victorioso " hombre nuevo" ( la del jugador de fútbol ilustra esta nota ) y frescos donde se reflejan el esfuerzo y la alegría de los trabajadores que servían a la patria y al Estado. El símbolo de la hoz y el martillo se ve en algunas de esas pinturas y en el frente de edificios de un sucio y pálido gris que recuerda la arquitectura alta, rectangular, dura, seca, y desangelada propia de la época. Un modelo de forma y estructura que se reconoce también en los barrios cercados por autopistas. Decenas de edificios nuevos que contienen cientos de pequeños apartamentos. ¡Qué quilombo deben ser las reuniones de consorcio!.
2) la sincronía de los subtes es perfecta. Uno cada 45 segundos. De pronto, llega uno con todos los vagones ploteados de flores. Adentro es una "galería de arte" en movimiento. En una mitad de cada vagón tiene asientos contra las ventanillas. La otra está cubierta con paneles y sobre ellos cuelgan pinturas, bien iluminadas como en cualquier museo importante de bellas artes. No damos abasto con los ojos y con el asombro. En una parada sube un chico, adolescente, acompañado de su padre, joven. El pibe tiene campera y una gorra roja con visera. En la gorra se lee "make america great again", el eslogan de campaña de Donald Trump. Está de espaldas a las pinturas y de frente a mí. Con discreción, le tomó una foto.
3) salimos a la zona de la Plaza Roja, tomada en el centro por los últimos detalles de lo que será el "fan fest". Levantaron una platea extensa frente a dos escenarios enormes, como los que se montan en los festivales de rock. Habrá fiesta cada noche. La catedral de San Basilio, el Kremlin, el Bolshoi, el Museo de guerra, la llama votiva en homenaje a los caídos, las palomas sobre la cabeza de Karl Marx, la imponente estatua del mariscal Zhukov a caballo, los piquetes de turistas coreanos, chinos y japoneses que cortan el tránsito peatonal, los hinchas que se reconocen por sus camisetas. Messi, omnipresente.
4) Subte. Regreso. Escaleras mecánicas de madera que suben y bajan entre farolas y globos de luz blanca situadas a un metro de distancia unas de otras como en mesas de bar. Largas, extendidas escaleras que dan tiempo suficiente para mirar a quienes suben y bajan . Ahí van. Tan rusos. Con un aire a Putin en la cara. Tan jóvenes la mayoría. Apurados. Con auriculares. Mirando sus celulares. Tan rubias, tan rusas ellas. Se los ve bien vestidos, en campera, zapatillas, sin lujos, casuales, modernos, actuales, vivos. Sin historia en apariencia, sin que les pese la historia
Debe ser que , salvando los detalles y las distancias, como diría el poeta " hay otros mundos, pero están en este", aquí, abajo. En el fondo, viajando en subte, todos nos parecemos.
Etiquetas: Carlos Ares, mundial, Rusia 2018