Un guionista de cine podría convencer a realizadores para hacer una película basada en hechos reales.
El argumento.
Un médico argentino viaja a la Europa pos Primera Guerra Mundial buscando conocer más sobre las complicaciones respiratorias que padecen los soldados producto del uso de armas. Lo impulsa su especialidad: la Otorrinolaringología.
Ya en la bohemia París, y sin descuidar su inquietud primaria, goza de los conciertos de música clásica en vivo. Lo apasionan.
Un día, caminando a orillas del Sena, encuentra un equipo de radio abandonado con lámparas y válvulas. Sin tener muy en claro el porqué, lo aferra a su cuerpo y cubre con su sobretodo de generoso tamaño. Lo esconde debajo de la cama del hotel sin estrellas y se lo trae cuando emprende el retorno. Sortea con temor el puerto parisino, los meses de viaje por el mar y, ya en el puerto de Buenos Aires, no tiene problemas: a nadie interesan esos trastos viejos (tampoco saben para que sirven).
El paso posterior es aprender a poner el equipo en funcionamiento y, una vez logrado, transmitir un concierto desde el Teatro Coliseo en Buenos Aires. Junto a unos amigos, instala una antena en la azotea de Cerrito y Charcas, un micrófono en el recinto y lidia durante varias horas con cables, hilos, bobinas, alambres, bocinas y su inexperiencia.
“Señoras y señores: la sociedad Radio Argentina les presenta hoy el festival sacro de Ricardo Wagner, Parsifal” expresa en la apertura una voz engolada. La emisión dura cerca de tres horas y la escuchan unos cincuenta porteños.
Los protagonistas: Enrique Telémaco Susini (el médico), César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica que, a partir del acontecimiento, pasan a ser los Locos de la Azotea.
El 27 de agosto de 1920, éste domingo se cumplirán 97 años, se realizó la primera transmisión de radio del mundo. Y fue, aquí, en Argentina.
¿De película, no?
Por Roberto A. Bravo