“San Rafael es un paraíso”. La frase hinchaba pechos de sanrafaelinos. Se repetía una y otra vez cuando, en los años ochenta, las autoridades negaban una realidad: que aquí había jóvenes que se drogaban.
En los comienzos de la década siguiente se develó el secreto (a voces) y, si bien se admitió que existía consumo, se puso el acento en éramos una “ciudad de paso” y que, por supuesto, algo tenía que quedar.
Entrado el nuevo siglo ya nadie pudo disimular porque las plazas eran, a cualquier hora, el lugar elegido por niños y jóvenes adictos al Paco.
Y quienes nos gobernaban tuvieron una visión parcial; solo pregonaron el “no hay que estigmatizar”. Y los chicos lo interpretaron como un “no hay que culparlos; por algo será”. De prevención, poco.
A los muchachos y muchachas hay que decirles toda la verdad, toda. Los daños que las sustancias provocarán en su salud y la temprana decadencia psicofísica, más o menos lo intuyen. Lo que tardan más en comprender es que, tras la euforia momentánea que produce el consumo, llega la frustración y, con ella, aparecen los actos delictivos: robar para comprar es uno de ellos. Violencia para abrirse paso e “independizarse” es otro. Esas películas Yankee de cuarta que muestran a negros adictos “buenos” o “malos” (de acuerdo al grado racista de los realizadores) ya tienen otros escenarios distintos al Bronx. Se comenta que aquí está en duda si un chico drogadicto se suicidó, lo indujeron al suicidio o lo suicidaron. ¿Ajuste de cuentas?
Tras la Conferencia Anual de la Copolad (Programa de cooperación en política de drogas entre América Latina y la Unión Europea), realizada ésta semana en Buenos Aires, el titular del Sedronar activó aletargadas alarmas. Roberto Moro manifestó que “Argentina vive el peor momento del consumo de drogas de su historia” y, tan preocupante como eso, que “en nuestro país existe una aceptación muy alta al consumo”.
Son de esperar políticas de estado que perduren en el tiempo. Que gocen de la genuinidad que da la participación de todos los sectores en su conformación; que contengan a adictos y que también prevengan. Que sean uniformes para todo el territorio nacional (las necesarias campañas nacionales de vacunación no necesitan la aprobación de las provincias para su aplicación).
A la par, con un ataque sin concesiones contra el narcotráfico. En tal sentido, se advierten resultados que despiertan cierto optimismo.
Está planteado un gran desafío: lograr que las generaciones futuras vivan la vida plenamente, con naturalidad. Nada menos.
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