Aunque desearíamos que fuera lo más pronto posible, pasará tiempo para que mejore la educación en nuestra Argentina. Se necesita tiempo porque, previo a la pedagogía propiamente dicha, hay una instancia que se debe modificar en el ámbito familiar, cual es la conducta.
Si las puertas de las casas se abren para mandar al ámbito escolar chicos mal educados, su comportamiento no variará en el aula por más que maestros y profesores se empeñen en corregirlo.
Hay una palabra muy significativa toda vez que se pueda convertir en algo más que un simple rótulo: respeto. Niños y jóvenes deben ser respetados por progenitores y entorno. Más, luego, deben tomar ese ejemplo y comenzar por respetarse a sí mismos. Lo conseguirán toda vez que aprendan a diferenciar el bien del mal y actúen en consecuencia.
La rebeldía se entiende y acepta toda vez que no se traduzca en comportamientos mal educados y/o violentos. No obstante, aun adoleciendo, los jóvenes tienen la capacidad de razonar, saben lo que corresponde y todo lo que no es pertinente.
Se escucha que hay que trabajar para que todas las herramientas tecnológicas e informáticas que acompañan a niños y adolescentes día a día, también sean utilizadas en las aulas. Adecuar el uso a los programas educativos no sería el problema mayor; el obstáculo más grande sería que los chicos acepten bajo qué circunstancia y en qué momento pueden hacer uso de celulares y tabletas.
En este necesario proceso de reeducación debieran entrar los padres. Es fundamental. La misma escuela podría poner en marcha una campaña de concientización y, porque no, de enseñanza con la asistencia de especialistas en pedagogía, psicología, sociología y todos los que sean necesarios.
El recorrido se supone largo. “Vísteme despacio que tengo prisa”.
Por Roberto A. Bravo
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