La madrugada del sábado despertó a muchos con ese rugido tan especial del viento que se hizo sentir durante casi toda la jornada. El domingo, cual saldo climático, hizo frío polar. Ayer, en la mañana, ni hablar. Luego se entibió.
Una de las frases más escuchada debe ser el quejoso “¡Qué frío hace!” Acompañada de los más diversos y conocidos comentarios: “Así como éste, nunca” “¡Cuánto me va a llegar de luz y de gas!” “Che ¿falta mucho para la primavera?”… “Y, dos meses y días”.
“¡Diga que los chicos están de vacaciones!”. “Pobrecitos, tener que ir a la escuela con tanto frío y, en una de esas, la calefacción no funciona”.
Y no faltará esa respuesta casi airada, que muchas veces encuentra resonancia en lv4. “¡Qué tanto lamento! ¡En mi época no había calefacción en las escuelas! ¡Apenas si la maestra paseaba un brasero! ¡Y nosotros con zapatillas húmedas por la escarcha o la nieve que empezaba a caer en mayo!”. “No era como ahora que abrigo y calzado son sintéticos ¡Qué va!
Esos recuerdos son tan reales como que, antes de eso, tal vez el hombre solo se abrigara con harapos. ¡Ah! Y antes de antes había dinosaurios…
En buena hora que hoy los niños tengan abrigo adecuado y sus padres expresen su disgusto si no aprenden en un ambiente confortable. Y lo que nosotros podamos haber padecido, es pasado. Además, estábamos curtidos. Las mejillas (aunque por entonces el nombre más difundido era cachetes) enrojecidas, resecas, percudidas (otro término de la prehistoria).
¿Y los sabañones? (Más conocidos como Saballones) adornaban nuestras orejas durante cuatro meses. Las mamás aplicaban apio, o limón (¡ardía pero curaba!) y hasta preparaban Recetas Magistrales mezclando cebolla, miel y sal. Los gorritos con orejeras o Coya vinieron a solucionar un inconveniente molesto si los hubo.
Cambia. Todo cambia. Lo bueno es que el progreso mejora la calidad de vida no solo de los chicos y eso, eso, es felicidad.
Por Roberto A. Bravo
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