Las páginas políticas de medios ubicados ideológicamente a la derecha abordan el Mundial de Qatar con un atraso teórico notable. Después de proferir aquellas antigüedades morales según las cuales Messi es el extraordinario futbolista que no pudo contener al hombre vulgar, reiteran conceptos propios de izquierdas de los años sesenta y que ya desde esos años empezaron a superar.
Desde las páginas de Clarín se dice, por ejemplo, que “los gobiernos populistas (…) “usan el deporte para distraer la atención pública de errores, crisis y actos de corrupción”, que “recurren al fútbol para ocultar posibles delitos que la masa adicta niega o aprueba”. De esta manera, el antipopuismo se transforma en antipopular a secas. Se niega a trabajadores, pobres; a gentes del común, la capacidad de discernir “esto es Messi, esto pasa en estadios de Qatar, y esto me pasa a mí en el almacén, en el supermercado, o en el comedor comunitario al que solo llega polenta y fideo”.
Pero, dice Pablo Alabarces, no hay un solo caso en la historia de la humanidad que muestre alguna relación entre un fenómeno deportivo y un efecto político. Se trata de olvidar por un rato lo que nos subleva y nos vuelve infelices, para experimentar el intenso sabor de la felicidad. Y después, lo que nos subleva y nos vuelve infelices , volverán a la carga.
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