Desde tiempos inmemoriales el hombre objeta con argumentos variados dictado, espíritu y criterio de aplicación de diversas normas legales. A algunos les sobran razones, a otros les faltan y un tercer grupo (con muchos adeptos) reacciona de acuerdo a conveniencia o perjuicio. Cero de objetividad. Incomprensión de lo que significa el bien común.
En definitiva, El Hombre y las Circunstancias. El ser crítico que se olvida que quienes hacen y aplican las leyes son, como él, seres humanos por lo que, anhelos al margen, las normas no son perfectas; son perfectibles.
Además, la legislación nace tras los problemas. Y no se trata de querer que prevenga, pero hay que puntualizarlo porque una pieza se hace como Anillo al Dedo para una determinada situación y luego surgen otras, parecidas aunque nunca iguales, por lo que en el detalle se notan las falencias y la inaplicabilidad general.
El sistema argentino posibilita la participación ciudadana por lo que, si hay falencias, de algún modo todos somos responsables.
La intervención activa de la gente es disparadora de inquietudes para que sus representantes en Concejos, Cámaras Legislativas y Parlamento impulsen su tratamiento. Ejemplo de ello es la iniciativa sobre pirotecnia presentada en el HCD de San Rafael que finalmente se tradujo en una prohibición. Metafóricamente hablando, la Banca del Ciudadano no debe acumular una capa de polvo por desuso.
Los ciudadanos debieran tener un rol más protagónico. Que medios de comunicación y redes sociales les permitan que se expresen no alcanza; sólo tiene carácter de queja; de palabras que se lleva el viento. Más efectivo es el escrito, queda.
El 30 de octubre pasado la democracia cumplió 34 años. No son muchos, pero es el tiempo más largo e ininterrumpido de nuestra historia. Para continuar celebrando hay que aportar la mayor cantidad de voces y presencias posibles en los lugares donde desempeñan tareas aquellos a los que el voto obró como una llave facilitando su acceso a los cargos públicos.
Por Roberto A. Bravo
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