Así se llamaba un microprograma que, por ésta emisora, difundió durante mucho tiempo la Iglesia Adventista Argentina. Valga la cita como recuerdo de uno de los tantos ciclos de LV4 a lo largo de éstos 79 años en el éter. Y, valga asimismo, como un juego de palabras para introducirnos en el proyecto de modificación de la Ley Provincial de Tránsito que considera la legislatura mendocina
Entre sus ítems, y sin minimizar la importancia del resto, hay uno que, de aprobarse, marcará un antes y un después: el de la educación vial. Según el texto, una materia en tal sentido será incorporada a la enseñanza formal. Es decir que tendrá carácter obligatorio y, consecuentemente, los chicos deberán rendirla como cualquier otra.
Hasta ahora, y merced a una muy buena voluntad de educadores, agentes de la Policía Vial y especialistas en Accidentología del Tránsito, se buscó concientizar a partir de la niñez con punto de partida en los años noventa. Es más; se involucró a los escolares para aconsejar el uso del cinturón de Seguridad y apoya cabezas, entregar folletería, cintas refractarias para bicicletas (Ojos de Gato) y otras acciones en distintos operativos. Plausible.
Ahora se procura reforzar esas acciones. Es por ello que, tal vez a partir del ciclo lectivo 2018, la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Mendoza incluya en su currícula a la nueva asignatura. Para darle perfil, un equipo interdisciplinario se abocará a elaborar los contenidos pedagógicos que, además de generar concientización, se convertirán en saberes muy necesarios a la hora de tener que rendir para obtener la licencia de conducir algo que hoy no parece tan fácil.
La Educación Vial no solo obligará a maestros y profesores. Los progenitores también deberemos ser responsables de transmitir actitudes, valores y normas de comportamiento vial.
Así como hoy los chicos dicen a los grandes eso de “los papelitos a los basureros” (en una verdadera expresión de toma de conciencia ambiental) mañana, seguramente, harán lo que es debido respecto del tránsito y hasta influirán (¡Con su enorme peso!) para cambiarnos la cabeza a los mayores.
Por Roberto A. Bravo
Etiquetas: Columna de Opinión