Nuevos activismos vienen acompañados de conceptos fecundos para la comprensión y transformación de lo real. También producen expresiones no del todo reflexionadas. Circulan con la forma de “consignas teóricas”; como recetas que –destinadas a explicarlo todo- explican nada. Una de ellas es la que afirma “todo es político. Un posmodernismo arquitectónico dice que toda casa es política.
Las modas académicas y el movimiento feminista aportaron lo suyo: maternar, menstruar y el amor es político. Todo cuerpo es político, todo es político. Pero no es exactamente así. Debiéramos decir "todo es potencialmente político". Es lo que podríamos interpretar de lo escrito por Mark Fisher en su libro Realismo capitalista: “nada es intrínsecamente político. La politización requiere un agente político que transforme en un terreno de batalla lo que se da por descontado”. En este sentido, podemos decir que el patriarcado no es intrínsecamente político.
Fue necesario un agente político, el feminismo, que transforme en terreno de batalla lo que se daba por descontado. Entre muchas otras cosas la naturalización de la violencia hacia la mujer; que el único amor posible era el amor romántico y monogámico. Esto era lo obvio, lo evidente. Para que lo deje de ser fue necesario el agente político que transformó evidencias en un campo de batalla. Si seguimos la lógica de Fisher, ni siquiera el parlamento o un gobierno son intrínsecamente políticos, si éstos se limitan a administrar lo dado. Si las cosas son así, estos gobiernos y parlamentos necesitan un agente político que transforme en un terreno de batalla el presente sin conflictuar que gestionan. Porque lo político y la mera administración son asuntos separados.
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