Habitualmente, la historia de la música rescata y recuerda a los compositores más notables. Así, en los libros, abundan las páginas dedicadas, por ejemplo, a Handel, a Schumann o a Stravinsky. Sin embargo, con pequeños aportes, hay músicos que tuvieron una especial relevancia en algún aspecto discursivo, o formal o estético y que merecerían ser recuperados del olvido. Uno de ellos fue Johann Jakob Froberger, un clavecinista, organista y compositor alemán, nacido en Stuttgart en 1616. Músico trashumante, se formó, inicialmente, en su ciudad natal. Luego estudió con Girolamo Frescobaldi, en Roma, fue organista en la corte de Fernando III, en Viena, aunque también acompañó al emperador en sus giras diplomáticas por Mantua, Bruselas, Londres y Dresde. Trabajó con Louis de Couperin en Francia, volvió a Viena y, por último, se estableció como director musical en el castillo de Hericourt donde falleció, a los 61. La creación de Froberger incluye unas cincuenta obras vocales, 25 toccatas y, lo más medular, 30 suites, la razón por la cual hoy lo estamos recordando. A diferencia de los compositores franceses y alemanes de suites de su tiempo, que incluían aleatoriamente un número indeterminado de danzas en cada suite, Froberger estableció un molde que arrancaba con una Allemanda, seguía con una Giga, luego una Courante y, por último, una sarabanda. Este patrón de comienzo y finalización con dos danzas lentas fue alterado por el mismo Froberger hacia el final de su vida, de tal modo que el orden quedó establecido en Allemanda – Courante – sarabanda y Giga, exactamente la serie de danzas que tomó para sus propias suites, entre muchísimos más, Johann Sebastian Bach. Nunca habría de saber nuestro Johann Jakob Froberger, muerto en 1677, que la gran suite barroca del siglo XVIII se establecería sobre su modelo, tan equilibrado como humilde y modesto.
Johann Jakob Froberger