El barroco nació en Italia. Prueba de ello es que casi todas las nuevas formas que con él surgieron tienen denominaciones genéricas en italiano. Todas menos una. Entre sonatas, óperas, concerti, cantatas y ricercare hay una que se filtra con su sonido francés: la suite. Desde París, se asomó esta nueva forma instrumental que, de principio a fin, estaba atravesada por el espíritu de las danzas, un espíritu ciertamente mucho más poderoso y omnipresente en los salones aristocráticos franceses que en los italianos donde el canto era el rey y señor. Desde 1600, aproximadamente, una suite es una obra en varios movimientos, cada uno de los cuales es una danza. Así son, por ejemplo, las suites de Bach, de Telemann o de Couperin. Pero vale la pena recordar que, mucho tiempo antes, los primeros grandes creadores y fundadores de la suite fueron dos primos, Ennemond y Denis Gautier, a quienes, en su tiempo, se los conocía, simplemente, como Gaultier el viejo y Gautier el joven, dos laudistas que escribieron innumerables suites con los mejores minués, gavotas, courantes y pavanas de su tiempo. E inmediatamente, tras las huellas de los Gautier, llegaron los primeros clavecinistas franceses que le dieron forma a las primeras suites para teclado.