Estamos en una iglesia romana del siglo XVI y los feligreses no dejan de hablar. Alguien le dice al organista que toque algo para que la gente se dé cuenta de que es necesario hacer silencio. El músico improvisa acordes sonoros, o algún arpegio espectacular o un pasaje que sorprende por lo inesperado. A esos pasajes breves que el organista improvisa en estilo exuberante y cambiante se lo comienza a llamar toccata.
Hacia 1550, algunos organistas decidieron que en lugar de improvisar, bien podían componer una toccata mucho más metódica y extensa. Así, desde Italia aparecieron y se establecieron las toccatas como un género de música instrumental, de sonoridades opulentas, cambiantes y con aires de improvisación aunque bien escritas, nota por nota. Hacia 1600, los clavecinistas adoptaron la forma y comenzaron a escribir toccatas, ahora, para clave. Y desde entonces, las toccatas, salvo excepciones muy puntuales y escasísimas, son obras para teclado en estilo de improvisación brillante. De todas, qué duda cabe, la más conocida es la Toccata en re menor que Johann Sebastian Bach escribió, probablemente, en 1707 cuando tenía 22 años.