Hacia 1520-1530, los compositores italianos tuvieron la idea de adaptar los grandes recursos que habían desarrollado en la composición de misas y de motetes sobre poesía italiana. Después de todo, tener los textos de Dante, Bocaccio, Guarini o Tasso y no aplicar sobre ellos las mejores técnicas para musicalizarlos parecía un despropósito. La resultante de este proceso dio como nacimiento al madrigal, un nuevo género vocal que, en sus comienzos, estuvo muy emparentado con los modelos vocales eclesiásticos a quienes, sin lugar a ninguna confusión, les había pedido prestado sus modos compositivos. Pero, por fuera de los muros de la iglesia, los madrigales tuvieron oportunidad de desarrollarse y ampliar sus espectros hasta transformarse en el género experimental y el más dramático de todos los que se generaron a lo largo del Renacimiento. Después de todo, dentro de las cortes seculares no tenían lugar las restricciones que el Concilio de Trento había impuesto a los compositores eclesiásticos cuando la Contrarreforma adquirió una condición de verdadera cuestión de estado. Entre los más notables compositores de madrigales, antes de 1600, hay que recordar a Cipriano de Rore, Luca Marenzio, Luzzascho Luzzaschi y Carlo Gesualdo. Hubo otro que se llamó Claudio Monteverdi pero sus madrigales más admirables fueron escritos después de 1600, cuando, de su mano, el Barroco había llegado para instalarse poderoso y genial.
Cipriano de Rore