“Llevar como una novia mi pobreza
Y morirme del gusto y del capricho
De ser un animal que canta y sueña”
Jaime Dávalos, un animal que canta y sueña, un etcétera de Dios y diablo, un hijo de poeta y padre de la nueva poesía popular: “Tengo un niño en el alma rezagado/No quiero endurecerme, ay!, no lo quiero/Ni ser mi padre, ni tener sombrero/Sino ser un cantor enamorado”
Jaime Dávalos, militante del paisaje espiritual del noroeste, poeta hecho de bagualas y vino:“no sé si el vino nace dentro o fuera de uno”
Jaime Dávalos hecho de zambas y de los andares humanos por los oficios: “Creo en la redención del hombre por la labor de las manos, creo en el pan salado de corazón por el trabajo y por eso mi canto a la zafra, a la caña, y a los sueños de la sangre”
El siglo XX alcanza los veintiún años, quizás su mayoría de edad en la Poesía argentina, cuando en Salta nace Jaime Dávalos, o quizás nacen todas esas cosas de las que está hecho Jaime Dávalos, quizás en ese enero provinciano, en ese enero universal, también nacen el ceramista, el dibujante, el alfarero, el titiritero, el biógrafo de las golondrinas, el de los ríos de tigres, y el del viento de los inviernos que colmaron de tristeza la zamba de la Candelaria.
Un poeta descubre su destino, cuando se reconoce como un nombrador: “nombrar es crear” y eso ante todo es Jaime Dávalos, un mortal jugando con la inmortalidad del nombrar: “Nombro la tierra que el trópico abraza/puente de estrellas cintura de luz./Al corazón maderero de Salta/ subo en bagualas por la noche azul”Así nombra, y eterniza, entre muchas cosas, el vino del minero: “Hay que esconder el vino como un crimen, /el vino pedigüeño./ Que ni una gota más caiga en la boca desierta del minero,/ donde el grito se tapa con la coca, / y con alcohol la sed de amor y besos./ Hay que esconder la primavera en sangre/ del vino que descubre los secretos.”
Jaime Dávalos, cartógrafo de la geografía humana de las comarcas del noroeste, poeta que tiene el conocimiento y la ternura para retratar, entre otros, al zafrero: “Cuando volteo el machete/ Tajando la sombra del cañaveral/ Es el dulzor la simiente/Salando caliente mi sangre y mi pan./Es el dulzor la simiente/Salando caliente mi sangre y mi pan”
La Poesía de Jaime Dávalos consigue ponerle nombre a un hachero que representa a millares, ¿Acaso la humanidad no se llama también Gregorio Guanca? “Corta tu sal con el hacha, Gregorio Guanca, ligero/ corta que vienen nublados, allá, por el cerro negro/ aunque te sangren las manos y se te escame el pellejo/ mira que el temporal viene por el salar de hombre muerto/ tienes la tarde en la espalda y si no emprendes el regreso/en los ojos de las llamas crece un nublado de miedo, que no te agarre el granizo/que no te tape durmiendo: alcohol, coca y cigarrillo dale a comer a tu sueño”
Mientras el poeta académico se ensaña con los cíclopes y los minotauros, Jaime Dávalos comprende algo fundamental de la lírica de su padre: la poesía popular retrata hasta los chivos: “Meten psicosis extraña, se cumple seguramente al parecerse a la gente/ los chivos de la montaña/ mientras van hacia la cumbre, hacen humanos rumores/ voces como de oradores hablando a la muchedumbre, teniendo a los pies del monte, veinte leguas de horizonte, no las contemplan jamás con las barbas contra el suelo, el vasto mundo y el cielo para ellos es tanto más, a veces sobre una peña se para inmóvil un chivo con el aire pensativo de un filósofo que sueña” Como este poema de su padre Juan Carlos, Jaime asume que debe cantar su gente, su pequeña patria, esa patria de pastores y llamas, esa patria de cerros y coquenas, patria de chicha y jangada: “Como otro palo más de la jangada, a la deriva, pasa el jangadero. Porque no sabe que el aserradero se devora su sombra arrodillada, con el impulso de la correntada, río abajo se va dejando el cuero en el Bermejo, vivorón naviero del agua, por la luna alucinada, arriero de la sombra de la vida, por el camino que anda, caminando lleva la carne de la primavera, trafica con la selva sometida, que como él, va en silencio navegando, al destino final de la madera”
La vida de Jaime Dávalos es una obra nativa en sí misma, su manera de unir la lira de poeta con el golpe ancestral de la caja, el murmullo andino del charango con la copla de linaje español:“Yo soy quien pinta las uvas/ y las vuelve a despintar/ Al palo verde lo seco/ y al seco lo hago brotar”
Hecho de cerros y de vino, heredero del alma de los caminos de Cachi, Payogasta y los Valles Calchaquíes, Jaime es sucesor de la esencia poética de su padre Juan Carlos Dávalos, a quién le dedicara una inolvidable elegía: “Te cito en las colmenas y las flores / en las guitarras de alma ensimismada / en los gauchos obreros y pastores /para que hagamos juntos la jornada/ mi monólogo halló un destinatario, ahora sé que hacer si no hago nada: te pensaré en la tierra que me diste con esta sangre tuya tan sonora”
Jaime revoluciona el cancionero popular argentino con su prepotencia de paisajes, porque Dávalos consigue ser una especie de puente entre el paisaje y el hombre norteño, así explica el alma del molinero en un romance: “Tiene la noche del molinero/ sueños de harina que en su alma/ nievan,/ y una vallista que huele a jume y a trigo verde por las caderas” Jaime besa la raza en cada verso, alcanza el alma mestiza de la copla: “Carne de greda inocente,/siempre recuerdo tu piel,/tengo las manos untadas/ con la mansedumbre de tu desnudez” Sin embargo este nombrador, como une al paisaje con el hombre, también abraza la poesía con el canto: “Toda el alma mía/ te quiero entregar/ en una mirada profunda y astral;/quemarme en la hoguera de tu corazón,/y de sangre en sangre/ fecundar la muerte,/ fecundar la muerte,/con nuestra canción”
¿Qué sería de Hualfín, de Corral Quemado, de Marcelino Ríos, si Jaime no los hubiera retratado en su zamba minera?:“Pasaré por Hualfín Me voy a Corral Quemao. A lo de Marcelino Ríos para corpacharme con vino morao” ¿Acaso la poesía de Jaime Dávalos no eternizó asuntos populares como el Sirviñaco? (Recordemos que el Sirviñaco era una tradición quechua que consistía en que la muchacha y el joven se juntaran para convivir. Si la cosa funcionaba y había buen entendimiento, se procedía posteriormente al matrimonio o ceremonia solemne): “Yo te’i dicho: nos casimos;/ Vos diciendo que tal vez. /Sería bueno que probimos,/ Pa’ ver eso qué tal es./ Te propongo Sirviñaco,/si tus tatas dan lugar; /pa’ l' alzada del tabaco, /vámonos a trabajar.”
La poesía de Jaime Dávalos, consigue retratar la historia de las lágrimas del jacarandá: “Las altas noches donde lloran las estrellas/ con el rocío van mojándose de lágrimas,/ por eso cada flor azul es una gota/ de sombra que con el misterio de la noche/ se derrama” La obra de este juglar salteño también indaga en el silbo del zorzal: “¡Se abre tu canto /como la flor del laurel!/es el otoño hecho tierra/ que entre tu pico/ sube a florecer” Porque Jaime Dávalos es uno de los herederos de Whitman, él comprende que hay voces en los bosques, en las selvas, en los desiertos y arenales, hay voces secretas que a veces toman forma de árboles, pájaros y otras tantas de hombres: “árbol sin frutos soy yo,/que va volteando la flor,/ solo en el viento sembré/ y al fin me seco en el sol”
Sin embargo la obra de Jaime no sólo se sumerge en los asuntos de la “patria chica” también se compromete con el ancestral canto de la Patria grande: "Desde México a nuestra Argentina, la copla bajó por sobre el geológico espinazo cordillerano del continente atando lenguas y corazones, fijando un alma y un idioma comunes, poniéndole palabras a nuestros desmesurados silencios planetarios, donde el hombre americano, síntesis de todas las razas, convive con su madre tierra, ama y trabaja atado a un solo destino : la unión definitiva de América".
SURAMÉRICA
Nadie la para ya.
No pueden detenerla,
Ni la calumnia, ni el boicot, ni nada.
Este es un continente de aventura,
que a los aventureros se los traga.
Les sube por la sombra, despacito
y el ojo codicioso les socava.
Vendrán los desahuciados de la tierra,
buscando sus riquezas legendarias,
hasta que un día, en una sola greda,
confundan las lenguas y las razas.
América, animal de leche verde,
por la gran Cordillera vertebrada,
Hunde el hocico austral bajo el Polo,
y descansa en su fuerza proletaria.
Camina hacia la luz, lenta y segura,
Con el polen del sol en las entrañas,
y su destino torrencial,
fijado está en el tiempo por la Vía Láctea.
El hambre, la violencia, la injusticia,
la voluntad del pueblo traicionada,
no harán sino aumentar su rebeldía,
no harán sino apurar en sus entrañas
el hijo de la luz, que viene a unirnos
en una sola espiga esperanzada.
Porque América, tierra del futuro,
igual que la mujer, ¡vence de echada!
Locución: S. M. Tovarich
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón
Etiquetas: Jaime Dávalos, Salamancas y caminos