Curiosamente la guitarra que trajeron los conquistadores consiguió emancipar a los criollos, hacerse instrumento de libertad, bandera de seis vientos, seis huracanes de independencia, pues los soldados le arrancaron cielitos y triunfos: “Que fue compás y acicate/ en las heroicas patriadas,/ para el bárbaro malambo/ del tropel de las batallas./ Que secundó al payador/ en su rebelde cruzada,/ incendiando corazones/ como tea Libertaria” (Luis Domingo Berho)
Y luego, el gaucho alzó la guitarra en su rebelión contra el patrón y contra los que lo arrojaron a la frontera: “Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela,/ que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria/ como la ave solitaria/ con el cantar se consuela”
Para Martín Fierro la guitarra es lo que a Cristo su cruz, su destino religioso jamás se hubiera cumplido sin la vihuela. Guitarra que acunó payadas que nacieron y murieron en ella, guitarra que con su antigua memoria de árbol y nido, consiguió dar frutos musicales que alcanzaron el canto y el vuelo del más hermoso pájaro: “guitarra,/saliste de tu nido como un ave/ y a unas manos morenas/ entregaste/ las citas enterradas,/ los sollozos oscuros,/ la cadena sin fin de los adioses” (Pablo Neruda)
Nuestra historia fue hecha por los sables de los libertadores pero también por las guitarras de nuestros cantores. Lo que San Martín y Bolivar lograron con sus espadas, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Víctor Jara, Silvio Rodríguez y tantos otros, lo consiguieron con sus guitarras: “Cuando llegue la hora/ de hablar alto, guitarra,/ de activar tu seguro/ confín de resonancias,/¡prepara los cantares/ claros para la grama/ que aroma/ rumbo al día,/ las bocas liberadas!” (Elvio Romero)
Andrés Segovia sostiene que: “la voz de la guitarra es escasa, pero llega lejos, lejos. Lejos...hacia lo hondo” ¿Acaso no es la guitarra el espejo de carencias de esos habitantes que día a día libran la batalla contra el silencio? Yupanqui nos advirtió que la guitarra le reveló al paisano el panorama exacto de su soledad. El poeta León Benarós señalaba que entre el hombre y la guitarra había una honda conversación: “Entre él y la de seis cuerdas/ un diálogo se barrunta/ que viene de lo profundo/ y en lo profundo se junta”
Y cierto que ese paisaje de soledad provinciana, nos interroga hasta sacarnos desde el fondo de nuestro propio silencio ese misterio llamado zamba. “La soledad era una infinita voz destinada a traducir lo mejor de su espíritu”, insiste don Ata.
La guitarra es un instrumento puente, una especie de canoa, que nos permite unir las orillas de las soledades, las orillas entre el país que llevamos dentro y el país que las leyes, los mapas, la historia y tantas otras cosas mundanas, construyen afuera.
Por eso el pescador del Paraná sueña con el sonido de una guitarra hecha con los maderos de su barca, o el viejo ferroviario piensa si es posible una guitarra conformada con los antiguos durmientes, o el maestro considera la posibilidad de hacer una guitarra con la madera del pupitre. Porque la guitarra está hecha con la misma madera que nuestros sueños: “En la campaña argentina/ en las pequeñas comarcas/ la guitarra con tu marca/ seguirá junto a los pobres/ en las regiones salobres/ de Santiago del Estero/ en La Pampa los hacheros/ con endurecidas manos/ tremendos cantos paisanos/ honrarán tu clavijero” (Julio Domínguez, el Bardino)
El hombre de manos rústicas, manos confiadas a la tragedia cotidiana del cañaveral, manos consagradas al hacha, manos entregadas a la piedra del cerro o a las redes irremediables, el hombre de esas manos, halló en la guitarra, el sol escondido que incubaba desde hace siglos en su alma. “Sus manos, hechas del rigor del trabajo, se convirtieron en pequeños araditos de plata y seda para trazar sobre la guitarra la melga de una vidalita – semilla del tiempo – y ya no pudo vivir sin la guitarra. Le cobró la “mesma afición” que a su caballo, lo que ya es mucho decir” (Yupanqui)
Tal vez la guitarra consigue interpretar al silencioso río cultural, que desde hace siglos, fluye de corazón en corazón, de idioma en idioma, de ceremonia en ceremonia.
Quizás en la guitarra nos esté esperando un pasado musical, el canto de las aves del continente antes de los barcos y la cruz, el rugido secular de la Pachamama, la auténtica arma que lucha contra la miseria: “Yo conozco los ranchos de los cerros/ las taperas de la pampa,/ el corazón del pobre,/ y el cuarto triste de una sola cama,/ donde no hay puerta,/ lámpara/ sonrisa/ nada,/ ni siquiera la silla para el huésped,/ ni tenedor no cuchara,/ pero allí he visto yacer/ sobre la única almohada,/ con cintas en el cuello/ como una muchacha/ dormida y desnuda/ la guitarra” (Antonio Esteban Agüero)
La guitarra en las comarca, media entre la lucha de soledades del hombre y el paisaje: “Y en las sierras, en la selva, en las hondas quebradas del Norte, la guitarra se desveló junto a las quenas de kollas y mestizos, se hermanó con el charango, dialogó con el arpa junto a los anchos ríos, fue revelando mundos de soledad al paisanaje de los cuatro rumbos de la Patria” (Yupanqui)
Tal vez el viento del continente haga nido en ciertas guitarras, quizás el viento de nuestra tierra empolle sus tempestades sobre las vihuelas, posiblemente los vientos elijan las guitarras para depositar sus cantos más delicados, cantos que no mueven banderas, pero hacen temblar almas: “alguna vez he nombrado a Nazareno Ríos, uno de esos cantores que pasaron, elegidos por el viento pata juntar las trovas dispersas en las llanuras” (Yupanqui)
Un guitarrista es un traductor de hondos paisajes, un intérprete de todo eso que sucede entre la palabra y el silencio, entre la plegaria y lo no dicho, entre la leyenda musical del silencio y todo lo que calla la sequía: “Fleury, músico y, además artista, tocaba sus preludios criollos, sus estilos, sus milongas, quizá para ese gaucho invisible, anónimo, atento, que oía en la penumbra el mensaje de una guitarra con dignidad.
Por eso daba el paisaje en su música. Por eso traducía a su amado pago de Dolores; por eso andaban sus pericones y cifras aromando las noches de Tandil y Azul; por eso lo han visto los campos donde retozan el ñandú, los chajáes, las garzas y los flamencos, camino de Pringles, Tres Arroyos, Bahía, Puán, Tranque Lauquen...” (Yupanqui)
La guitarra es un camino para mejorar el silencio nativo, una vía para alcanzar toda la sabiduría que en galpones, y en desesperados fogones, estibadores encendieron, tratando de encontrar el remedio que les aliviara el dolor del día perdido, trabajando para otros. La guitarra les permitía recuperar la íntima riqueza, la que nadie podría robarles: “Y en las tardes, luego del trabajo, le devolvían al Viento los cantares perdidos, y aún le entregaban otros, nuevos y viejos...el hombre, carne de pueblo, levantando de los pastos un canto, abrigándolo con su amor y su sueño, lavándolo con su esperanza, y usando como arco la guitarra, lo devuelve al viento para que lo lleve lejos, en su vuelo infinito y misterioso”
Locución: S. M. Tovarich
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón
Etiquetas: La Guitarra, Salamancas y caminos