En octubre del año pasado, el gobierno de la Provincia de Mendoza realizó un primer simulacro de evacuación sanitaria en San Rafael. A la parte sur del predio de la Terminal de Ómnibus (General Paz y Emilio Mitre) llegó un helicóptero del Ministerio de Seguridad; allí lo esperaban móviles policiales, bomberos y una ambulancia con médicos y enfermeros que había partido desde el Hospital Teodoro J. Schestakow.
El “herido” (entre comillas) fue subido a la unidad del Servicio de Emergencia Coordinado que partió raudamente hacia el nosocomio; tuvo vía expedita merced a un operativo vial que cortó el tránsito por las calles vinculantes entre predio y Hospital.
El operativo fue evaluado como muy positivo por las autoridades provinciales sanitarias y de seguridad; se había realizado en un tiempo estimado en 4 minutos.
La práctica se repitió con resultados similares a fines de diciembre.
Lamentablemente ayer operativos como aquellos se realizaron por una tragedia real, dolorosa, la más grande de la historia de San Rafael: al menos 15 muertos y más de 30 heridos, en su mayoría muy jóvenes. Hubo, durante horas, un arduo trabajo de las áreas provinciales citadas.
A ellas se acoplaron otras de jurisdicción municipal, la Cruz Roja, médicos no identificados, gente que ofreció vehículos particulares y toda la que creyó que podía ser de utilidad (servidores públicos o no) porque, si hay algo de lo que los sanrafaelinos podemos enorgullecernos, es de ser solidarios.
En la coordinación y celeridad para actuar se advirtieron los beneficios de la prevención, aún frente a una magnitud inimaginable.
Cuando los gobernantes esbozan los lineamientos generales de sus políticas, se esperanzan en que los funcionarios que eligen para concretarlas sean visionarios, se adelanten a los acontecimientos porque es lo que la sociedad demanda.
En la víspera se ha cumplido.
Por Roberto A. Bravo
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